Constantino XI Paleólogo


Constantino XI Paleólogo

Constantino XI Paleólogo nació en Constantinopla el 8 de febrero de 1404. Fue el último emperador bizantino, entre 1449 y 1453. Murió el 29 de mayo de 1453 en la defensa final de Constantinopla contra los turcos otomanos.

Constantino fue el cuarto hijo del emperador Manuel II y su esposa serbia, Helena, de la dinastía de Dragases en Macedonia. Pasó su temprana carrera con sus hermanos Teodoro y Tomás gobernando el Despotado bizantino de Morea (Peloponeso) y completando su recuperación de los territorios que permanecían en poder de los latinos desde la invasión de 1204 durante la Cuarta Cruzada.

El 31 de octubre de 1448 su hermano, el emperador Juan VIII, murió después de una larga enfermedad. A la espera de la llegada de Constantino, su madre Helena Dragases tuvo que tomar el control de Constantinopla para hacer frente a los intentos de usurpación del trono por su hijo Demetrio.


 
El 6 de enero de 1449 Constantino organizó en Mistra, en el centro del Peloponeso, la ceremonia para su coronación como emperador de los romanos. Muchos historiadores han cuestionado la legitimidad de esta coronación debido a que en toda coronación de un nuevo emperador bizantino siempre debía estar presente el patriarca de Constantinopla. En este caso, Constantino recibió el reconocimiento por parte del ejército. El 12 de marzo el nuevo emperador regresó en un barco veneciano a Constantinopla, donde su madre le entregó las insignias imperiales y la llave del tesoro imperial. Constantino entonces nombró déspota de Morea a su hermano Tomás, para impedir las continuas intrigas de Demetrio.

El problema eclesiástico

Escudo de Armas
de Constantino XI Paleólogo

Constantino XI, viendo la precaria situación en la que se encontraba el imperio, apoyó la unión de las iglesias romana y ortodoxa debido a que los otomanos estaban prácticamente a las puertas de Constantinopla. Abrigado por la absoluta necesidad de salvar a la capital, se vio obligado a aceptar la unión con Roma, para poder asegurarse la ayuda de Occidente. En el concilio de Basilea, al que asistió Juan VIII, se había decidido fusionar la Iglesia Católica con la Iglesia Ortodoxa: el Imperio bizantino se sometería a la autoridad espiritual del Papa de Roma. No obstante, la gran mayoría de los bizantinos se opuso a esta decisión. El trono patriarcal pasó a Gregorio III, un patriarca que seguía el rito latino y que pronto se convirtió en un hombre muy odiado por los bizantinos, quienes lo consideraban un traidor. Gregorio III tuvo que partir al exilio en Roma pese a sus intentos de conciliar a las dos iglesias.

En abril de 1451, los otomanos, bajo las órdenes de Mehmet II, comenzaron a construir una nueva fortaleza a pocos kilómetros de Constantinopla. Ya el sultán Beyazid I había construido en el siglo XIV una fortaleza en el lado opuesto del Bósforo. A través de los dos fuertes Mehmet II podría dominar completamente el estrecho, dándole al sultán una excelente posición para atacar la capital bizantina. Después de la construcción de la fortaleza, los otomanos comenzaron el saqueo sistemático de las áreas vecinas que culminó con una masacre en el pueblo bizantino de Epibation, a raíz de una revuelta organizada por la población local contra la presencia turca. El terror se extendió a Constantinopla. Los bizantinos protestaron contra los otomanos y a sus voces se añadieron las de los genoveses en la ciudad de Pera.


El Imperio Bizantino en 1450
 
El 31 de agosto de 1451 la construcción de la fortaleza otomana llamada Boghaz-Kesen (es decir, «Cortadora del Estrecho» o «Cuello» - hoy se le conoce como Rumeli Hisarı, o «Fortaleza de Rumelia»), fue terminada. Ahora con los dos bastiones turcos en funcionamiento Mehmet II podría controlar el paso de cada barco así como evitar la posible llegada de refuerzos aliados fuera por mar o por tierra a lo largo de la costa.

Construida la fortaleza, Mehmet II comenzó un registro sistemático de todos los barcos en tránsito por el Bósforo, de cualquier nacionalidad. Al mismo tiempo lanzó duros ataques a la ciudad bizantina aún en el Mar Negro, con el fin de aislar el Peloponeso, confiado a los hermanos Tomás y Demetrio. El 26 de noviembre de ese año un barco veneciano que navegaba desde el Mar Negro, confiando en la neutralidad de la república para con los turcos, fue destruido a cañonazos. Con la política represiva adoptada por el sultán, Occidente finalmente reaccionó y se dio cuenta del terrible peligro que representaban los turcos, si estos llegaban a tomar Constantinopla.

Viendo la gravedad de la situación, Constantino multiplicó las solicitudes de ayuda a Europa occidental acelerando la llegada desde Roma del cardenal Isidoro de Kiev, al que se esperaba en octubre, para tratar sobre la reunificación de las dos iglesias. El Papa encomendó a Isidoro a su salida de Roma, ocurrida el 20 de mayo de 1452, una tropa de 200 arqueros napolitanos que fueron puestos de inmediato a disposición del emperador.

Además del Papa, de todas las potencias occidentales sólo el Reino de Nápoles y las repúblicas de Venecia y de Génova le proporcionaron ayuda a Constantino, más por razones políticas y económicas que por altruismo. El verdadero interés tanto de venecianos como genoveses fue de hecho comercial. Si llegara a caer la «Roma de oriente» no solo perderían bienes inmuebles de extraordinario valor que poseían ambas repúblicas en Constantinopla, sino que también perderían sus ricas colonias del Mar Negro, extensiones de sus respectivas patrias, que podrían caer en manos de los otomanos. Los genoveses y su colonia de Quios enviaron materiales para construir barcos de guerra, así como soldados que posteriormente defenderían las murallas de Constantinopla. Venecia, sin embargo, debido a que ya estaba en guerra con el Ducado de Milán, usó la diplomacia: recibió embajadores bizantinos, hizo sus promesas, y se limitó a enviar en auxilio de los bizantinos unos cuantos barcos.

Mientras tanto Isidoro cumplió la misión confiada por el papa Nicolás V y el 12 de diciembre de 1452, en la basílica de Santa Sofía, fue proclamada solemnemente la unión de la Iglesia oriental con la Iglesia occidental en presencia de Constantino XI. Se decretó así la unión de las iglesias, tal y como se había acordado en el concilio de Basilea, que continuó en Ferrara, por parte de su hermano Juan VIII. Pero la fiesta solo se limitó a unos cuantos círculos de la corte: las iglesias en donde se oficiaban los ritos latinos quedaron vacías, incluyendo la misma iglesia de Santa Sofía. Inclusive aquellos que estaban más estrechamente vinculados con el emperador prefirieron asistir a los servicios ortodoxos que acompañar al emperador.

La ciudad fue sacudida por protestas populares y la preocupación general de un inminente ataque de los otomanos. Constantino ordenó reforzar las murallas de la ciudad y bloquear los puertos de las flotas occidentales en un intento de presionar a los venecianos para que enviasen más ayuda a la ciudad. El invierno pasó sin ningún acto de guerra. Ambos bandos se dedicaron a reunir todas sus fuerzas para el año siguiente, cuando se suponía sería la batalla decisiva.

En los últimos años la marina otomana había conocido un impresionante crecimiento. Constantinopla, que era prácticamente inexpugnable por tierra debido a los poderosos muros teodosianos, podía ser conquistada por el hambre a través de un bloqueo naval suficientemente rígido.

En marzo de 1453, en Galípoli, un pueblo en el estrecho de los Dardanelos, se reunió una gran flota turca, formada por unos 250 barcos, que se estacionó frente a los muros de Constantinopla. Al mismo tiempo un gran ejército en tierra, de aproximadamente unos 100.000 hombres entraron en acción en Tracia, avanzando hacia los muros de Constantinopla.

La caída de Constantinopla
El 5 de abril de 1453 Mehmet II, a través de un mensajero, le exigió a Constantino la rendición de la ciudad. A cambio, podría salvar la vida y la de sus súbditos y además le prometía convertirlo en gobernador independiente en Mistra, evitando así que los ejércitos otomanos saquearan la ciudad y mataran en su totalidad a la población de Constantinopla. En vez de intimidarse, Constantino le respondió lo siguiente: “Darle la ciudad no es mi decisión ni la de ninguno de sus habitantes; hemos decidido, por nuestra propia voluntad, combatir y no salvar la vida.”


Bandera del Imperio Bizantino hasta 1453

En las primeras horas del viernes 6 de abril de 1453 las tropas del sultán abrieron fuego contra Constantinopla. Los bizantinos ya habían previsto este movimiento y todos los residentes varones de la ciudad, incluida la población mayoritariamente extranjera, con excepción de los ancianos y los niños; empezaron a trabajar para reforzar los muros de la ciudad.
Al terminar el primer día de asedio los otomanos habían demolido la mayor parte de los muros cerca de la puerta de Carso y habían intentado entrar varias veces en la ciudad sin éxito. Durante la noche, mientras los musulmanes descansaban en sus campamentos, la población había logrado reparar los muros destrozados. El sultán, desalentado por esto, decidió suspender el sitio y esperar refuerzos.
Los refuerzos otomanos llegaron el 11 de abril en grandes cantidades, en total unos 60.000 hombres. El asedio continuó entonces pero, pese a los daños hechos por una gran bombarda y las continuas escaramuzas otomanas, los cristianos siempre reparaban los daños en la noche para continuar con la defensa el día siguiente.

El sábado 26 de mayo Mehmet II se reunió con su consejo de guerra y anunció que el ataque final se iniciaría el 29 de mayo, precedido por un día de descanso y oración. El día 28 todo ataque otomano cesó y el día se dedicó a la oración y al descanso para el día siguiente, que sería la batalla decisiva. Aunque sus soldados dormían, el sultán realizó una larga gira de inspección, después regresó al campamento, miró por una última vez las murallas de la ciudad y se fue a dormir.

En el último lunes de la Constantinopla bizantina, fueron olvidados todas las controversias y desacuerdos entre bizantinos y latinos. Para la ocasión se llevó a cabo una larga procesión espontánea en cada rincón de Constantinopla. Los fieles cruzaron las calles de la capital con muchísimos iconos de culto. Cientos de miles de latinos y ortodoxos marcharon juntos en lo que pensaban sería el último acto cristiano que vería la ciudad. El emperador y todos sus súbditos se reunieron por última vez en Santa Sofía, para una magna misa. Ya en su palacio, el palacio de Blanquerna, se despidió de su familia y de los sirvientes del palacio y, alrededor de la medianoche, partió hacía las murallas. El martes 29 de mayo de 1453 fue el último día de vida de la Constantinopla «romana». Después de haberles dado a los soldados turcos el descanso prometido, a la una y media de la madrugada Mehmet II dio la orden de ataque y se iniciaron los bombardeos a las murallas y la marcha de los turcos hacía la ciudad.

Constantinopla finalmente fue tomada por el Imperio otomano y con la caída de la ciudad, el Imperio bizantino, el último heredero del gran Imperio romano, había dejado de existir.

Las fuentes discrepan sobre la muerte de Constantino XI. Algunos historiadores sostienen que el emperador pudo ser muerto mientras se dirigía a la Puerta Áurea, otros argumentan que cayó cerca de Santa Sofía, y otros más alegan inclusive que Constantino XI, viendo que la batalla estaba perdida, se habría despojado de los signos imperiales y, disimulado entre la población, salvó la vida (esta hipótesis es muy poco probable). La mayoría de los historiadores están casi seguros que Constantino XI perdió la vida cerca de la puerta de San Romano. Ahí al ver que la derrota estaba cerca, se quitó sus insignias imperiales y se arrojó a la batalla junto con los últimos defensores y desapareció para siempre después de haber matado, dicen, la hiperbólica cifra de 600 otomanos. Probablemente, el cuerpo fue reconocido a través de las botas púrpura que llevaba en ese momento, botas que sólo los emperadores bizantinos tenían derecho a usar. Mehmet II entonces le enterró en una fosa común, a fin de que los cristianos no pudieran construir un mausoleo a su memoria, o que la gesta de Constantino convirtiera el lugar en un centro de peregrinación para el resto de Europa. Sin embargo, antes de ser enterrado, parece que el cuerpo de Constantino, por sugerencia de los jefes otomanos, se convirtió en una especie de trofeo de guerra. Tomaron el cuerpo del emperador, le removieron las vísceras y luego fue colgado en la cima de la columna de Constantino I como acto de humillación al milenario Imperio. Después, Mehmet II mandó embalsamar la cabeza y la conservó para sí.

Es así como termina la vida del último de una larga lista de emperadores romanos que inició con César Augusto.



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