El Templo del Monte Gerizim en Samaría

Las 12 tribus de Israel
Samaria estaba al norte de Judea, en el territorio donde se establecieron las tribus de Efraín, Manasés occidental y parte de Benjamín. Limitaba al norte con la planicie de Esdraelón y el monte Gilboa. En su centro estaban los montes Gerizim y Ebal, a cuyo pie estaba la antigua ciudad de Siquem (cerca de la actual Nablús), próxima al pozo de Jacob.

La ciudad de Samaria, por mucho tiempo la capital del reino del norte de Israel, estaba a unos pocos kilómetros más hacia el norte. Samaria era un país de colinas y fértiles valles. La enemistad entre judíos y samaritanos se originó cuando se separaron los reinos del norte y del sur, separación que duró desde la secesión en los días de Jeroboan I, en el año 931 a. C., hasta el cautiverio de las tribus del norte en 723 o 722 a. C.






Los Reinos de Israel y Judá
Los asirios deportaron a muchos de los israelitas y los reemplazaron con habitantes que eran una mezcla de pueblos paganos de otras provincias que habían conquistado (2 Reyes 17: 24). Esos pueblos trajeron consigo sus dioses paganos. La mezcla de los israelitas que permanecieron en el país con los inmigrantes paganos produjo una religión mixta, que era en parte un culto a Jehová y en parte un ritual pagano.

Cuando los judíos regresaron de Babilonia a Judea, esta mezcla religiosa se convirtió en una razón muy poderosa para su odio contra los samaritanos. Casi inmediatamente hubo fricciones entre los dos pueblos.

La religión samaritana se separó del judaísmo bastante pronto. Las tensiones entre los habitantes de Samaria y de Jerusalén ya habían existido con respecto al problema de la reconstrucción de la muralla y el templo de Jerusalén (Esd 4; Neh 4) y posiblemente también debido a la asociación de los samaritanos con el culto sincretístico en el reino del norte. Después de establecerse en Siquem, el grupo construyó un santuario en el monte Gerizim, presidido por sus propios sacerdotes. Al construir el santuario en Gerizim, el grupo se consolidó como una entidad religiosa separada. Al hacerlo así, hizo una declaración con respecto a su propia legitimidad frente a las afirmaciones judías con respecto a la posición central de Jerusalén.


Las relaciones con los judíos continuaron deteriorándose en los siglos posteriores, debido a las tensiones políticas, como el resentimiento de los judíos de la falta de resistencia de los samaritanos a Antíoco IV Epifanés, monarca seléucida, quien procuró exterminar a los judíos y a su religión, devastó la ciudad de Jerusalén en 168 a.C., profanó el Templo al sacrificar un cerdo sobre el altar y luego erigiendo allí un altar al dios griego Júpiter, prohibió también el culto de los judíos en el Templo y prohibió el rito de circuncisión bajo pena de muerte, y a la política expansionista de los reyes asmoneos, particularmente Juan Hircano (135-104 a.C.).

Durante este periodo los samaritanos produjeron una edición del Pentateuco, con enmiendas que proclamaban la posición central y la santidad, por orden divina, de Siquem y el templo de Gerizim en la vida espiritual y en el culto de Israel. Por lo tanto, las tensiones entre los samaritanos y los judíos no las instigó simplemente la existencia del templo de Gerizim, sino la negación por parte de los samaritanos de la posición central de Jerusalén. El Templo, así como la ciudad misma de Siquem, fueron destruidos en el año 128 a.C. Juan Hircano, etnarca y sumo sacerdote de Judea de la familia de los asmoneos.

Los judíos despreciaban a los samaritanos considerándoles corrompidos por el paganismo. Los Evangelios se sirven de este prejuicio para resaltar la importancia de las buenas obras frente al culto externo en la parábola del buen samaritano.

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