Grandes exploradores: Marco Polo en Asia

En 1271, siendo un joven veneciano de 17 años perteneciente a una intrépida familia de comerciantes, Marco Polo partió hacia los lejanos y entonces míticos reinos de Oriente acompañando a su padre Nicolás y su tío Mateo.

Marco Polo


Ellos habían regresado de un largo viaje que, más de veinte años antes, los había llevado a las tierras del gran Kublai Khan. En aquel primer viaje, que emprendieran en 1250, partían con el objetivo de establecer nuevas rutas comerciales, y fueron muy bien acogidos por el gran emperador mongol.

Desde que su abuelo Genghis Khan la conquistara en el siglo anterior, China había cambiado su nombre por el de Catay y su lejanía y las leyendas sobre el reino habían mantenido apartados a los occidentales.

Los Polo fueron los primeros latinos que vio el Khan, y con ellos habló largo tiempo interrogándolos sobre todo lo referente a su civilización, y en especial a su organización política y económica.



Sin embargo, Kublai Khan había enviado de vuelta a los Polo con el encargo de rogar al Papa el envío de misioneros cristianos para convertir a sus súbditos y formarlos en arte y matemáticas. En su regreso fueron acompañados por un barón del emperador y su rica comitiva, en embajada diplomática.

Clemente IV acababa de morir, y el cónclave tardó tanto en decidir un sucesor que los Polo emprendieron el regreso, después de dos años de espera, con pruebas de haber cumplido el encargo. Los acompañaba Marco, de quien la mujer de Nicolás había quedado embarazada en su primera partida y que había quedado huérfano unos años antes.


Los viajes de Marco Polo

 Pasado Acre, recibieron mensaje de que Gregorio X había sido coronado Papa, y regresaron a Roma para recibir los suntuosos regalos y agasajos del pontífice. Dos monjes dominicos, de los cien que el Khan había solicitado, partieron con ellos y les acompañaron aproximadamente hasta la mitad del camino, en que optaron por regresar por la amenaza de un ataque de los sarracenos.

Pasando por Jerusalén para recoger el aceite sagrado que habían prometido al emperador, los viajeros atravesaron lo que en la actualidad es Israel para cruzar Líbano, Siria e Irak, entre otros países. Poseían salvoconductos de gran utilidad, pero que no conjuraban todos los peligros, que eran muchos, de un viaje de esta envergadura en la Edad Media.

Su periplo les llevó a lugares míticos, como el Monte Ararat situado en la Gran Armenia y donde varó el arca de Noé tras el diluvio, o el desértico altiplano del Pamir que recorrieron para evitar las montañas del Himalaya.

En tierras turcomanas conocieron a los mejores tejedores de alfombras, en el desierto de Gobi dedicaron un mes entero a atravesar su lado más estrecho, y luego vivieron un año en Campichu donde observaron la poligamia y otras costumbres locales. El joven Marco, entusiasmado por el viaje, demostró una gran capacidad de retención y una curiosidad que lo convierten en uno de los primeros viajeros por amor al propio viaje, aunque la finalidad de la expedición en que participaba fuera comercial y diplomática.

Catay poseía una civilización avanzada, que utilizaba papel moneda y un calendario solar. Desde Xinjiang y Mongolia siguió paralelamente los 5.000 kilómetros de la Gran Muralla China hasta Shangdu, residencia veraniega del emperador, donde éste los recibió entusiasmado.

Kublai Khan, que gobernó entre 1256 y 1294, confió en el joven italiano, que ya a su llegada hablaba y escribía varios dialectos locales, encargándole la inspección de sus territorios.

Marco recorrió el país durante años, tomando buena nota de cuanto veía y en especial, como buen comerciante, de las mercancías que podían tener un uso en los negocios. Pero también prestó atención a las costumbres, formas de vestir e incluso a los ritos funerarios, entre los que reprobaba la incineración.

Vivió varios años en el palacio imperial de Pekín, la actual Ciudad Prohibida, y durante tres años fue gobernador de Kinsai, un puerto al que definió como la ciudad más hermosa del mundo y del que exageró que poseía 12.000 puentes.

Durante 24 años, Kublai los disuadió cada vez que intentaron regresar a Occidente, sirviéndose del gran cariño que lo unía a ellos y advirtiéndoles de los peligros del viaje. No los dejó partir hasta que la reina Bolgana de Levante murió pidiendo ser sucedida por otra mujer de su linaje.

Así, Kublai envió a la hermosa princesa Cocacín, de 17 años, en un peligroso viaje para el que solicitó la ayuda de los venecianos, expertos ya en estos trances. En 1295, los Polo regresaron a Occidente atravesando Indonesia, India y Persia.

Acompañaron a la princesa hasta el legendario puerto comercial de Ormuz, centro estratégico del comercio con Oriente y protegido con vegetación del tórrido viento del desierto, al que llegaron sólo 18 de los 600 integrantes de la comitiva que partiera de Pekín dos años antes. Desde allí los Polo continuaron por el Mar Negro y Estambul hasta llegar a Venecia.

De todos estos lugares siguió aprendiendo y maravillándose. Tan grandes eran los descubrimientos que hizo, y también sus exageraciones, que de regreso a Venecia nadie dio crédito a sus palabras ni a las de su padre y su tío. De hecho fue conocido con el apodo de "Millón" como recompensa a su merecida fama de exagerado.

Tres años después fue capturado en una batalla naval en Génova, y durante su encierro relató sus viajes a Rusticiano de Pisa, un compañero de prisión que publicó las historias a principios del siglo XIV con el título de "El libro de Marco Polo, ciudadano de Venecia, llamado Millón, en el que se narran las maravillas del mundo".

El que después se tituló simplemente "Libro de las maravillas del mundo" contiene, entre exageraciones y apasionamientos, las primeras descripciones geográficas y culturales de Oriente, y el sentimiento de lo que, durante siglos, sería llamado pasión viajera.

Marco Polo se casó con una tal Donata, con la que tuvo tres hijas que llamó Bellela, Marietta y Fantina. Murió en 1324, a los setenta años de edad, haciendo de sus últimas palabras una última demostración de su capacidad de exageración: "No he contado ni la mitad de lo que vi, porque nadie me habría creído".

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