La Octava Cruzada

Entre los años 1265 y 1268, los egipcios mamelucos conquistaron una serie de territorios cristianos en el litoral de Palestina y del Líbano, como Haifa o Antioquía, además de Galilea y de Armenia. El Oriente Medio vivía una época de anarquía entre las órdenes religiosas que deberían defenderlo, así como entre comerciantes genoveses y venecianos. El rey de Francia Luis IX (San Luis), retomó entonces el espíritu de las cruzadas y lanzó una nueva iniciativa armada, la Octava Cruzada, en 1270, aunque sin gran repercusión en Europa. Los objetivos eran ahora diferentes de los proyectos anteriores: geográficamente, el teatro de operaciones no era el Levante si no Túnez, y el propósito más que militar, era la conversión del emir de la misma ciudad norteafricana.



Luis IX (San Luis)
Luis IX partió inicialmente para Egipto, donde gobernaba la nueva dinastía mameluca con el sultán Baibars. Se dirigió después para Túnez, con la esperanza de convertir al emir de la ciudad y al sultán al cristianismo. El emir Maomé lo recibió con las armas. La expedición de San Luis terminó como casi todas las otras expediciones, en una tragedia. No llegaron siquiera a tener oportunidad de combatir, apenas desembarcaron las fuerzas francesas en Túnez, fueron acometidas por una peste que asolaba la región, segando incontables vidas entre los cristianos, entre ellos San Luis y uno de sus hijos. El hijo del rey, Felipe el Audaz, firmó un tratado de paz con el sultán y volvió a Europa.

Entre 1271-1272 tuvo lugar una nueva campaña militar, que a veces se la considera como la Novena Cruzada, considerada como la última gran campaña militar medieval a la Tierra Santa.
Algunos meses después de finalizada la campaña contra Túnez, el príncipe Eduardo de Inglaterra, después Eduardo I, comandó sus seguidores hasta Acre aunque sin resultados.

En 1268 Baybars, un sultán mameluco de Egipto, redujo el Reino de Jerusalén, el más importante Estado cristiano establecido por los cruzados, a una pequeña franja de tierra entre Sidón y Acre. La paz era mantenida por los esfuerzos del rey Eduardo I, apoyado por el Papa Nicolás IV. El equilibrio que mantenía la región bajo control era frágil. Ese equilibrio se desmoronó cuando un grupo de soldados italianos católicos degollaron a un grupo de campesinos musulmanes y en su confusión también dieron cuenta cristianos sirios. Cuando la historia de la matanza llegó a los oídos del sultán egipcio al-Ashraf Jalil, él inmediatamente exigió la cabeza de los asesinos. Cogida en medio de la disputa por la sucesión del trono de Jerusalén, Acre dijo no al sultán, pese a que los más prudentes aconsejaron la entrega de los culpables.

En abril de 1291, la ciudad se despertó cercada por miles de soldados musulmanes. La cristiandad corrió en socorro de uno de sus puntos más estratégicos en la Tierra Santa. Caballeros hospitalarios, teutónicos y templarios, sumados a las tropas inglesas e italianas, partieron para defender el puerto de Acre. El 18 de mayo, las fuerzas turcas y egipcias tomaron finalmente la ciudad. Caía el último bastión de los europeos en Tierra Santa. La historia de las cruzadas terminó como había empezado, con una gran matanza, en este caso por parte de los musulmanes. Los habitantes de la ciudad que sobrevivieron al saqueo fueron reducidos a la esclavitud.

Aunque algunos papas intentaron predicar nuevas cruzadas, ya no se organizaron más y los cruzados evacuaron sus últimas posesiones en Tiro, Sidón y Beirut tras la caída de San Juan de Acre.

Así, el Reino de Jerusalén desapareció de la Tierra Santa, pero los reyes de Chipre durante décadas urdieron planes para volver a Tierra Santa, planes que nunca se llevaron a cabo. Durante los siglos siguientes y hasta la fecha, una gran cantidad de monarcas europeos han utilizado el título de Reyes de Jerusalén.

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