La Primera Cruzada

Las Cruzadas Orientales se libraron durante un período de casi 200 años, entre 1095 y 1291, con el objetivo específico de restablecer el control cristiano de Tierra Santa.

En marzo de 1095, el Emperador bizantino Alejo I envió mensajeros al Concilio de Piacenza para solicitar al papa Urbano II ayuda frente a los turcos. La solicitud encontró con una respuesta favorable de Urbano, que esperaba reparar el Gran Cisma de Oriente y Occidente y reunificar a la Iglesia bajo el mando del papado mediante la ayuda a las iglesias orientales en un momento de necesidad.


 
El anuncio formal de la ayuda sería en el Concilio de Clermont, Francia, el 27 de noviembre de 1095; el papa Urbano hizo un llamamiento para que arrebatasen Jerusalén de las manos de los musulmanes. Habló de las recompensas tanto terrenales como espirituales, ofreciendo el perdón de los pecados a todo aquel que muriese en la misión divina. La multitud se dejó llevar en el frenesí religioso interrumpiendo su discurso con gritos de Deus vult! (¡Dios lo quiere!) que se convertiría en el lema de la Primera Cruzada.

La mayoría de los que contestaron a su llamada no eran caballeros, sino campesinos sin riquezas y con muy poca preparación militar, ya que no sólo les ofrecía la redención de sus pecados, sino que también les aportaba una forma de escapar a una vida llena de privaciones.

La Cruzada de los Pobres
Simultáneamente a Urbano II, varios predicadores, entre los que destaca Pedro el Ermitaño, consiguieron inflamar a una gran multitud de campesinos y pequeños nobles que, aunque el Papa Urbano había planeado la partida de la cruzada para el 15 de agosto de 1096 coincidiendo con la festividad de la Asunción de María, se puso en marcha antes de dicha fecha formando un ejército desorganizado y mal provisto. El principal problema era el del aprovisionamiento, así como una gran cantidad de gente sin escrúpulos que vio en la cruzada, una oportunidad para saquear otros territorios.

En el trayecto hacia el Asia Menor murieron unas diez mil personas, cerca de un cuarto de las tropas iniciales de Pedro, si bien el resto llegó a Constantinopla en agosto en relativas buenas condiciones. Una vez ahí surgieron tensiones debidas a las diferencias culturales y religiosas y a las reticencias a repartir provisiones entre un número tan grande de personas. Finalmente, el emperador Alejo Comneno decidió embarcar rápidamente a los 30.000 cruzados para que cruzaran el Bósforo, quitándose cuanto antes ese problema de encima.

Tras cruzar a Asia Menor, los cruzados comenzaron a discutir entre ellos y el ejército se dividió en dos partidas separadas. Desde allí, la multitud se internó en territorio turco, consiguiendo una victoria inicial, pero descuidando absolutamente la retaguardia. La experiencia militar de los turcos era demasiado para el inexperto ejército cruzado, sin conocimientos prácticos en el arte de la guerra. Finalmente, fueron masacrados y esclavizados fácilmente poco después de haberse internado en territorio selyúcida. Pedro el Ermitaño consiguió volver a Bizancio y unirse a la Cruzada de los príncipes.

Cruzada de los Barones
Mucho más organizada que la anterior, la Cruzada de los Barones estaba compuesta por miembros de la nobleza feudal y se dividieron en cuatro grupos principales según su origen que utilizaron distintas rutas para llegar a Constantinopla.


Godofredo de Bouillón
 El primer grupo, compuesto por caballeros de origen lorenés y flamenco, estaba comandado por Godofredo de Bouillón junto con sus hermanos Balduino y Eustaquio y se dirigió a Constantinopla a través de Alemania y Hungría.
El segundo grupo estaba compuesto por caballeros normandos septentrionales comandados por Hugo de Vermandois, hermano del rey Felipe I de Francia y que llevaba el estandarte papal, Estéfano II de Blois, cuñado del rey Guillermo II de Inglaterra, por el conde Roberto II de Flandes y por Roberto II de Normandía y se dirigió a Constantinopla vía marítima partiendo desde Bari.


El tercer grupo lo componían los caballeros normandos meridionales a cuyo frente se encontraba Bohemundo de Tarento junto con su sobrino Tancredo que tras reunirse con los normandos septentrionales partieron juntos hacia Constantinopla.



Raimundo de Tolosa
 El cuarto grupo estaba compuesto por caballeros occitanos dirigidos por Raimundo de Tolosa y a quien acompañaba Ademar de Le Puy, legado pontificio y jefe espiritual de la expedición. Este contingente se dirigió a Constantinopla atravesando Eslovenia y Dalmacia.


En total, el ejército cruzado estaba compuesto por entre 30.000 y 35.000 cruzados, incluyendo a unos 5000 caballeros. Raimundo de Tolosa era el líder del contingente más numeroso, compuesto por unos 8.500 hombres de infantería y 1.200 de caballería.


Partieron de Europa distintas expediciones que habrían de confluir por diferente rutas en Constantinopla entre noviembre de 1096 y mayo de 1097.


Alejo I
 Los distintos grupos de cruzados llegaron a Constantinopla con pocas provisiones, esperando recibir ayuda de Alejo I. Alejo llegó a un acuerdo con los cruzados: en intercambio por la comida y los suministros, exigía que los cruzados le jurasen lealtad, y que prometiesen devolver al Imperio Bizantino todo el terreno que recuperasen de los turcos. Los cruzados, sin agua ni comida, aceptaron tomar el juramento. Sólo el príncipe Raimundo evitó el juramento, ofreciendo a Alejo que liderara la cruzada en persona. Alejo rechazó la oferta, aunque los dos personajes se convirtieron en aliados a raíz de la desconfianza que ambos tenían en Bohemundo.

Alejo envió un contingente militar para acompañar a los cruzados a lo largo de Asia Menor. Su primer objetivo sería Nicea (hoy Iznik, en Turquía), una antigua ciudad del Imperio Bizantino que ahora era la capital del Sultanato de Rüm, gobernado en ese momento por Kilij Arslan I. La ciudad sufrió un largo asedio que no tuvo grandes resultados, puesto que los cruzados no fueron capaces de bloquear el lago en el que estaba situado la ciudad, y a través de éste podía recibir provisiones. Cuando Kilij Aíslan, que se encontraba en una campaña militar, recibió noticias del asedio se apresuró a volver a su capital, y atacó al ejército cruzado el 23 de mayo de ese año. Sin embargo, los turcos fueron derrotados. Alejo, temiendo que los cruzados saqueasen la ciudad y destruyesen su riqueza, llegó a un acuerdo secreto de rendición con la ciudad, y se preparó para tomarla por la noche. El 19 de junio de 1097, los cruzados se despertaron y advirtieron que los estandartes bizantinos ondeaban en los muros de la ciudad.
Los cruzados tenían prohibido entrar en la ciudad salvo en pequeños grupos, lo que causó un gran malestar en el ejército cruzado, y supuso un añadido más a la tensión ya existente entre cristianos orientales y occidentales. Finalmente, los cruzados partieron en dirección a Jerusalén.



La Primera Cruzada
 En general, la marcha a través de Asia fue muy desagradable para el ejército cruzado. Tras atravesar las Puertas Cilicias, Balduino se separó del resto de cruzados, y puso rumbo hacia las tierras armenias de alrededor del Éufrates. Llegó a la ciudad de Edesa (hoy Urfa, en Turquía), que estaba en manos de cristianos armenios, y fue adoptado como heredero por el rey Thoros, un armenio perteneciente a la Iglesia Ortodoxa de Grecia y que no contaba con el favor de sus súbditos por culpa de su religión. Thoros fue asesinado, y Balduino se convirtió en el nuevo gobernante, creando el Condado de Edesa, que a su vez sería el primero de los estados cruzados.

El ejército cruzado, mientras tanto, marchó hacia Antioquía (hoy Antakya, en Turquía), ciudad ubicada a mitad de camino entre Constantinopla y Jerusalén y con un gran valor religioso también para la cristiandad. El 20 de octubre de 1097, los cruzados sitiaron la ciudad, comenzando un asedio que duraría casi ocho meses. El 2 de junio de 1098 los cruzados entraron en la ciudad matando a casi todos sus habitantes. Sólo unos pocos días más tarde llegó el ejército musulmán, que inició un nuevo asedio, esta vez con los cristianos en el interior de la ciudad. Justo entonces, un monje llamado Pedro Bartolomé aseguró haber descubierto la Lanza Sagrada en la ciudad y, si bien algunos eran escépticos en cuanto al hallazgo, el acontecimiento se consideró un milagro que presagiaba que obtendrían la victoria frente a los infieles. El 28 de junio los cruzados derrotaron a los musulmanes en batalla campal.


La Primera Cruzada
 Bohemundo de Tarento, tras la retirada de los ejércitos bizantinos que les habían acompañado en la expedición, alegó deserción por parte de éstos, y argumentó que dicha deserción invalidaba todos los juramentos que habían hecho frente a Alejo I. Bohemundo retuvo la ciudad para sí, si bien no todos los cruzados estaban de acuerdo, y en especial Raimundo de Tolosa. Las discusiones entre los líderes supusieron un nuevo retraso en la marcha de la cruzada, que quedó estancada durante todo el resto del año. Por otro lado, la toma de Antioquía implicó el nacimiento del segundo Estado cruzado, el Principado de Antioquía.

A comienzos de 1099, se renovó la marcha hacia la Ciudad Santa, dejando a Bohemundo atrás como nuevo Príncipe de Antioquía.

Jerusalén en aquel momento se encontraba disputada entre los fatimíes de Egipto y los turcos de Siria. Por el camino, conquistaron diversas plazas árabes (entre ellas el futuro castillo Krak des Chevaliers, que fue abandonado), y firmaron acuerdos con otras, deseosas de mantener su independencia y de facilitar que los cruzados atacaran a los turcos. A medida que se dirigían al sur por la costa del mar Mediterráneo los cruzados no se encontraron demasiada resistencia, puesto que los líderes locales preferían llegar a acuerdos de paz con ellos y darles suministros sin llegar al conflicto armado.

Jerusalén, mientras tanto, había cambiado de manos varias veces en los últimos tiempos y desde 1098 se encontraba en manos de los fatimíes de Egipto. Los cruzados llegaron ante las murallas de la ciudad en junio de 1099 y, al igual que hicieron con Antioquía, desplegaron sus tropas para someterla a un largo asedio, durante el cual los cruzados sufrieron también un gran número de bajas por culpa de la falta de comida y agua en los alrededores de Jerusalén. Cuando el ejército cruzado llegó a Jerusalén, del ejército inicial sólo quedaban 12.000 hombres, incluyendo a 1.500 soldados de caballería. Enfrentados a lo que parecía una tarea imposible, los cruzados llevaron a cabo diversos ataques contra las murallas de la ciudad, pero todos fueron repelidos.

Finalmente la ciudad caería en manos cristianas el 15 de julio de 1099, gracias a la ayuda de tropas genovesas dirigidas por Guillermo Embriaco, que se habían dirigido a Tierra Santa en una expedición privada. Los genoveses habían desmantelado previamente las naves en las cuales habían navegado hasta Tierra Santa, y utilizaron esa madera para construir torres de asedio. Estas torres fueron enviadas hacia las murallas de la ciudad la noche del 14 de julio entre la sorpresa y la preocupación de la guarnición defensora. A lo largo de esa misma tarde, la noche y la mañana del día siguiente, los cruzados desencadenaron una terrible matanza de hombres, mujeres y niños, musulmanes, judíos o incluso los escasos cristianos del este que habían permanecido en la ciudad. Aunque muchos musulmanes buscaron cobijo en la mezquita de Al-Aqsa y los judíos en sus sinagogas cercanas al Muro de las Lamentaciones, pocos cruzados se apiadaron de las vidas de los habitantes.



Godofredo de Bouillon
 En primer lugar los cruzados ofrecieron a Raimundo de Tolosa el título de rey de Jerusalén, pero lo rechazó. Después se le ofreció a Godofredo de Buillón, que aceptó gobernar la ciudad pero rechazó ser coronado como rey, diciendo que no llevaría una corona de oro en el lugar en el que Cristo había portado una corona de espinas. En su lugar, tomó el título de Advocatus Sancti Sepulchri ("Protector del Santo Sepulcro") o, simplemente, el de "Príncipe". En la última acción de la cruzada encabezó un ejército que derrotó a un ejército fatimí invasor en la batalla de Ascalón. Godofredo murió en julio de 1100 y fue sucedido por su hermano, entonces Balduino de Edesa, que sí que aceptaría el título de rey de Jerusalén y sería coronado bajo el nombre de Balduino I de Jerusalén.

Con esta conquista finalizó la Primera Cruzada, la única exitosa. Tras la toma de Jerusalén, muchos cruzados volvieron a sus lugares de origen, aunque otros se quedaron a defender las tierras recién conquistadas. Entre ellos, Raimundo de Tolosa, disgustado por no ser el rey de Jerusalén, se independizó y se dirigió a Trípoli (en el actual Líbano), donde fundó el Condado de Trípoli.

Habiendo capturado Jerusalén y la Iglesia del Santo Sepulcro, el juramento cruzado había quedado cumplido. Sin embargo, había muchos caballeros que habían vuelto a casa antes de alcanzar Jerusalén, así como otros muchos que no habían llegado a abandonar Europa. Por otro lado, otros muchos cruzados que habían permanecido en la Cruzada hasta su final también volvieron a sus casas, por lo que, según Fulquerio de Chartres, en el año 1100 ya sólo quedaban unos pocos cientos de caballeros en el nuevo reino.

En 1101 comenzó una nueva cruzada, a la que se sumaron Estéfano de Blois y Hugo de Vermandois, que habían regresado a casa antes de alcanzar Jerusalén. Esta cruzada fue casi aniquilada en Asia Menor por los turcos selyúcidas, pero los supervivientes sirvieron para reforzar el nuevo reino a su llegada a Jerusalén. En los años siguientes, el reino también recibió ayuda de los mercaderes italianos que se establecieron en puertos sirios y de las órdenes religiosas y militares de los Caballeros Templarios y los Caballeros Hospitalarios, que fueron creadas durante el reinado de Balduino I.
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