La Segunda Cruzada

La Segunda Cruzada fue la segunda gran campaña militar de una serie de campañas denominadas en su conjunto como Las Cruzadas y que, durante los siglos XII y XIII, partieron desde Europa occidental hacia Oriente Medio, con el fin de conquistar Tierra Santa y en particular la ciudad de Jerusalén, que se encontraban en manos musulmanas desde el siglo VII.

Tras la Primera Cruzada se establecieron tres estados cruzados en oriente: el Reino de Jerusalén, el Principado de Antioquía y el Condado de Edesa. Un cuarto estado, el condado de Trípoli se creó en 1109.



Oriente Próximo en 1135 dC
(entre la Primera y la Segunda Cruzada)
 Edesa se encontraba en el extremo norte, siendo también el estado más débil y menos poblado; como tal, era objeto de frecuentes ataques de los estados musulmanes vecinos. Zengi, gobernador de Mosul y de Alepo, asedió Edesa en 1144, tomándola el 24 de diciembre del mismo año. Joscelino II, conde de Edesa, siguió gobernando las tierras al oeste del Éufrates, y logró aprovecharse de la muerte de Zengi en septiembre de 1146 para recuperar brevemente su antigua capital. En 1150 fue apresado y estuvo en cautividad en Alepo hasta su muerte en 1159.

Su esposa Beatriz, viuda de Guillermo, Señor de Saona, en 1150 vendió lo que quedaba del Condado al emperador bizantino Manuel I Comneno y se trasladó al Reino de Jerusalén con el tesoro producto de la venta y sus tres hijos: Inés, Joscelino e Isabel. Inés de Courtenay, se casó con Amalarico I de Jerusalén. Después de divorciarse de Amalarico, se quedó con las tierras y los bienes del Condado de Jaffa y Ascalón. Sus hijos Balduino IV y Sibila llegaron a ser reyes de Jerusalén, así como su sobrino Balduino V. Joscelino III, obtuvo el título honorífico de Conde de Edesa, siendo en realidad solo el propietario del pequeño Señorío de Joscelin, cerca de Acre. Isabel de Courtenay, se casó en 1159 con Toros II, Príncipe de Armenia.
Turbessel y lo que quedaba del condado fue conquistado por Nur al-Din, nuevo gobernador de Alepo, en menos de un año. Edesa había sido el primer principado cruzado en ser creado, y también el primero en perderse.


Papa Eugenio III
 Las noticias de la caída de Edesa llegaron a Europa primero a través de los peregrinos que retornaban a comienzos del año 1145 y luego por las embajadas enviadas desde Antioquía, Jerusalén y Armenia. El Papa Eugenio III convocó la Segunda Cruzada a través de su bula “Quantum praedecessores”. Eugenio, que vivía en Viterbo, pues no controlaba Roma, decidió que la cruzada debía de ser más organizada y centralizada que la Primera. Los predicadores debían contar con la aprobación papal, los ejércitos, estar dirigidos por los reyes más poderosos de Europa y la ruta debía decidirse de antemano.

La respuesta inicial a la bula papal fue pobre por lo que Eugenio autorizó al monje Bernardo de Claraval la predicación de la misma por toda Francia. Bernardo decidió hacer hincapié sobre el hecho de que tomar la cruz era un medio para lograr la absolución de los pecados y alcanzar la gracia. A diferencia de la Primera Cruzada, ésta atrajo también a miembros de la realeza, como Leonor de Aquitania, entonces reina de Francia; Thierry de Alsacia, conde de Flandes; Enrique, el futuro conde de Champaña; el hermano de Luis, Roberto I de Dreux; Alfonso I de Toulouse; Guillermo II de Nevers; Guillermo de Warenne, tercer conde de Surrey; Hugo VII de Lusignan; así como a otros muchos nobles y obispos.


Bernardo de Claraval
 Bernardo predicó también en Alemania. Conrado III se unió a la cruzada con muchos de sus nobles vasallos, entre ellos, Federico, duque de Suabia. Tanto Conrado III como su sobrino, Federico I Barbarroja, recibieron la cruz de manos de Bernardo. Por su parte, el papa Eugenio se trasladó a Francia para seguir impulsando el número de adhesiones.

Se decidió que los cruzados partirían un año después, y que mientras tanto se llevarían a cabo los preparativos y se trazaría la ruta hasta Tierra Santa. Luis y Eugenio contaron con el apoyo de aquellos príncipes cuyas tierras tendrían que cruzar: Geza de Hungría, Roger II de Sicilia y el emperador bizantino Manuel I Comneno, aunque este último pidió que los cruzados le jurasen fidelidad, lo mismo que había pedido su abuelo Alejo I Comneno.

Mientras tanto, Bernardo siguió predicando en Borgoña, Lorena y Flandes. El Papa también autorizó la cruzada en España, donde hacía ya mucho tiempo que se encontraban en guerra contra los musulmanes. Concedió a Alfonso VII de Castilla la misma indulgencia que había otorgado a los cruzados franceses; e igual que hizo el Papa Urbano II en 1095, urgió a los españoles a luchar en su propio territorio en lugar de unirse a las cruzadas de oriente. Autorizó a Marsella, Pisa y Génova, así como a otras ciudades, a luchar en España también, pero en general mandó a los italianos a las cruzadas de oriente, como le pidió Amadeo III de Saboya.

La cruzada en España y Portugal
A mediados de mayo salieron de Inglaterra los primeros contingentes, compuestos de cruzados flamencos, frisios, normandos, ingleses, escoceses y algunos alemanes. Ningún rey ni príncipe dirigía a estas tropas; Inglaterra estaba por entonces dominada por la anarquía. Llegaron a Oporto en junio y continuaron hacia Lisboa. El sitio de Lisboa comenzó el 1 de julio y se prolongó hasta el 24 de octubre, cuando la ciudad cayó en poder de los cruzados, quienes la saquearon a fondo antes de cedérsela al rey de Portugal. Casi al mismo tiempo, los ejércitos españoles comandados por Alfonso VII de Castilla y Ramón Berenguer IV de Barcelona, entre otros, conquistaron Almería y Tarragona, con ayuda del mismo ejército cruzado. Algunos de los cruzados se asentaron en las recién conquistadas ciudades, aunque la mayoría de la flota continuó su viaje hacia el este en febrero de 1148. Poco después, en 1148 y 1149, las tropas castellanas y aragonesas reconquistaron también Tortosa, Fraga y Lérida.

Partida de los cruzados alemanes
Los cruzados alemanes, franconios, bávaros y suabos, partieron por tierra, también en mayo de 1147. Ottokar III de Estiria se unió a Conrado en Viena, y el enemigo de Conrado, Geza II de Hungría les permitió finalmente atravesar su reino sin causarles daño. El 10 de septiembre los alemanes llegaron a Constantinopla, donde el emperador Manuel Comneno les acogió con bastante frialdad, y les convenció para que cruzasen a Asia Menor tan pronto como fuera posible.

En Asia Menor, Conrado decidió no esperar a los franceses, y marchó contra Iconio, capital del selyúcida Sultanato de Rüm. Dividió su ejército en dos divisiones, de las cuales la primera fue destruida por los selyúcidas el 25 de octubre de 1147 en la segunda batalla de Dorileo. Conrado comenzó una lenta retirada de regreso a Constantinopla, y su ejército fue diariamente hostigado por los turcos, que atacaron a los rezagados y vencieron a la retaguardia. La otra división del ejército, comandada por Otto de Freising, se dirigió hacia la costa mediterránea, y fue igualmente masacrada a comienzos de 1148.

Partida de los cruzados franceses
Los cruzados franceses partieron de Metz en junio, liderados por Luis, Thierry de Alsacia, Renaut I de Bar, Amadeo III de Saboya, Guillermo VII de Auvernia, Guillermo III de Montferrato, y otros, junto con ejércitos de Lorena, Bretaña, Borgoña y Aquitania. Una parte del ejército, procedente de Provenza, bajo el mando de Alfonso de Toulouse, decidió esperar hasta agosto y seguir por mar. En Worms, Luis se unió a los cruzados de Normandía e Inglaterra. Siguieron la ruta de Conrado.


Manuel Comneno

Cuando las tropas de Saboya, Auvernia y Monferrato se unieron a las de Luis en Constantinopla (después de llegar por la ruta italiana y cruzar desde Brindisi a Durazzo), el ejército al completo fue trasladado a través del Bósforo hasta Asia Menor. Se vieron reconfortados por los rumores que decían que los alemanes habían tomado Iconio, pero el emperador Manuel Comneno rechazó conceder a Luis tropas bizantinas e hizo jurar a los franceses que devolverían al Imperio cualquier territorio que reconquistasen. Tanto alemanes como franceses entraron en Asia sin ayuda alguna por parte de los bizantinos, a diferencia de los ejércitos de la Primera Cruzada.

Los franceses se encontraron con los restos del ejército de Conrado en Nicea, y el propio Conrado se unió a las fuerzas de Luis. Siguieron la ruta de Otto de Freising por la costa mediterránea, y llegaron a Éfeso en diciembre, donde se enteraron de que los turcos se preparaban para atacarles. Mientras tanto Conrado enfermó y tuvo que volver a Constantinopla; pero Luis, sin prestar atención a las amenazas de un ataque turco, partió de Éfeso.
Los turcos estaban realmente esperando para atacarles, pero en una pequeña batalla a las afueras de Éfeso, vencieron los franceses. Llegaron a Laodicea a principios de enero de 1148, pocos días después de que el ejército de Otto de Freising hubiese sido destruido en la zona. Los franceses continuaron hasta Adalia, aunque bajo la constante presión turca, que quemaba la tierra para evitar que los franceses pudiesen alimentarse de la misma. Luis quiso continuar por tierra, y se decidió que reunir una flota en Adalia que les llevase a Antioquía. Tras un retraso de un mes debido a las tormentas, la mayoría de los barcos prometidos ni siquiera llegó. Luis y los que iban con él embarcaron, dejando al resto del ejército que continuase la larga marcha hasta Antioquía por tierra. Casi todo el ejército pereció, ya fuese a manos de los turcos o por distintas enfermedades.

La marcha hasta Jerusalén

La Segunda Cruzada

Luis llegó a Antioquía el 19 de marzo, después de sufrir una tormenta; Amadeo de Saboya había muerto en el camino en Chipre. Luis fue recibido por el tío de Leonor, Raimundo de Poitiers. Éste esperaba que Luis le ayudaría a defenderse de los turcos y que le acompañaría en un ataque contra Alepo, pero Luis tenía otros planes, pues prefería dirigirse primero a Jerusalén para cumplir su peregrinaje, más que centrarse en el aspecto militar de la cruzada. Luis dejó rápidamente Antioquía camino de Trípoli. Mientras, Otto de Freising y el resto de sus tropas llegaron a Jerusalén a primeros de abril, y Conrado lo hizo poco después. El patriarca Fulco de Jerusalén viajó para invitar a Luis a que se reuniese con ellos. La flota que se había detenido en Lisboa llegó también en estas fechas, al igual que los provenzales de Alfonso de Toulouse, aunque éste último había muerto en el camino hacia Jerusalén, según los indicios, envenenado por Raimundo II de Trípoli, su sobrino que temía las pretensiones políticas de su tío sobre el condado.

El consejo de Acre

Federico I Barbarroja

En Jerusalén el objetivo de la cruzada se dirigió rápidamente hacia Damasco, el blanco deseado del rey Balduino III de Jerusalén y de los caballeros templarios. A Conrado ya se le había convencido de la necesidad de participar en esta expedición. Cuando llegó Luis, el Consejo del Reino de Jerusalén se reunió en Acre el 24 de junio. Fue la reunión más espectacular del Consejo en toda su historia: Conrado, Otón, Enrique II de Austria, el futuro emperador Federico I Barbarroja (entonces duque de Suabia), y Guillermo III de Montferrato representaban al Sacro Imperio; Luis, el hijo de Alfonso, Bertrand, Thierry de Alsacia y otros señores eclesiásticos y seculares representaban a Francia; y por parte de Jerusalén estaban el rey Balduino, la reina Melisenda, el patriarca Fulco, Robert de Craon (gran maestre del Temple), Raimundo del Puy de Provence (gran maestre de los caballeros hospitalarios), Manasses de Hierges (condestable de Jerusalén), Hunifrido II de Torón, Felipe de Milly y Barisán de Ibelín. Sorprendentemente, no asistió nadie de Antioquía, Trípoli, o del antiguo condado de Edesa. Algunos franceses consideraron que así habían llevado a cabo su peregrinaje, y querían volver a casa; algunos barones del reino señalaron que no sería acertado atacar Damasco, su aliado contra los zéngidas. Pero Conrado, Luis y Balduino insistieron, y en julio se reunió un ejército en Tiberíades.

Sitio de Damasco
Los cruzados decidieron atacar Damasco desde el oeste, donde las huertas les facilitaban un constante aprovisionamiento de víveres. Llegaron el 23 de julio, con el ejército de Jerusalén en vanguardia, seguido por Luis, y a continuación Conrado, en la retaguardia. Los musulmanes estaban preparados para el ataque y hostigaron constantemente al ejército, avanzando por las huertas. Los cruzados consiguieron abrirse camino y expulsar a los defensores al otro lado del río Barada y a Damasco; llegados al pie de las murallas, emprendieron inmediatamente el asedio de la ciudad. Damasco había pedido ayuda a Saif ad-Din Ghazi I de Alepo y Nur ad-Din de Mosul, y el visir Mu'in ad-Din Unur dirigió un inexitoso ataque contra los cruzados. Había conflictos en ambos bandos: Unur sospechaba que si Saif ad-Din y Nur ad-Din ofrecían su ayuda era porque querían apoderarse de la ciudad; por su parte, los cruzados no podían ponerse de acuerdo sobre a quién le correspondería la ciudad en caso de que la conquistaran. El 27 de julio, los cruzados decidieron trasladarse al lado este de la ciudad, que estaba menos fortificado pero era menos rico en comida y agua. Por entonces Nur ad-Din ya había llegado, y les fue imposible regresar a su posición anterior. Primero Conrado, y luego el resto de los cruzados, decidieron levantar el sitio y regresar a Jerusalén.

Todos los bandos se sintieron traicionados por los otros. Se trazó un nuevo plan para conquistar Ascalón, y Conrado llevó allí sus tropas, pero no llegaron más refuerzos, debido a la desconfianza nacida entre los cruzados durante el fallido asedio de Damasco. Se abandonó la idea de la expedición a Ascalón, y Conrado regresó a Constantinopla para renovar su alianza con Manuel, mientras que Luis permaneció en Jerusalén hasta 1149. En Europa, Bernardo de Claraval se sentía humillado, y cuando fracasó su intento de promover una nueva cruzada, intentó distanciarse del fiasco que había supuesto la Segunda Cruzada. Murió en 1153.

El asedio de Damasco tuvo consecuencias desastrosas a largo plazo: Damasco no volvió a confiar en el reino cruzado, y la ciudad fue entregada a Nur ad-Din en 1154. Balduino II finalmente sitió Ascalón en 1153, lo que atrajo a Egipto al ámbito del conflicto. Jerusalén fue capaz de hacer algunas conquistas más en territorio egipcio, ocupando brevemente El Cairo en la década de 1160. Sin embargo, las relaciones con el Imperio Bizantino eran, como poco, delicadas, y la ayuda de Occidente se hizo escasa después del desastre de la Segunda Cruzada. En 1171, Saladino, sobrino de uno de los generales de Nur ad-Din, fue proclamado sultán de Egipto, y logró unir bajo su mando Egipto y Siria, rodeando por completo al reino cruzado. En 1187 Jerusalén cayó en su poder, y Saladino se dirigió al norte, donde se apoderó de todo el territorio de los estados cruzados, a excepción de sus capitales, lo cual motivaría el nacimiento de la Tercera Cruzada.

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